Esta responde a la necesidad que no se debe ignorar en el posconflicto de ocupar productivamente a la guerrilla e incorporarla paulatinamente a la sociedad.
Pero esta es una muy buena idea y responde a la necesidad, que no se debe ignorar en el posconflicto, de ocupar productivamente a la guerrilla e incorporarla paulatinamente a la sociedad. Los líderes de las Farc posiblemente participarán en política o se irán a vivir a Venezuela si para entonces no la han sumido en el caos los socialistas del siglo XXI, pero a los guerrilleros de a pie no se los puede dejar a la deriva. Se debe impedir que se conviertan en cuadros de las bandas criminales, porque si esto sucede se habrá perdido buena parte del esfuerzo de hacer la paz, como sucedió con el sometimiento de los paramilitares, que culminó en apogeo de bandas criminales. Incorporarlos a la Fuerza Pública es una manera efectiva de evitarlo.
No se puede hacer la paz con la guerrilla sin llenar el vacío de autoridad que se crea en las áreas en las que esta domina. Cuando se entregaron los jefes paramilitares, la Fuerza Pública inexplicablemente no ocupó los territorios que ellos controlaban, ni las rutas del narcotráfico, el tráfico de armas y el contrabando, lo que permitió que lo hicieran las ‘bacrim’ y que los paramilitares rasos se fueran a trabajar con ellas. La lección de este error monumental aparentemente no ha sido aprendida.
Cuando culmine exitosamente el proceso de paz, lo primero que se debe hacer es asegurar que los territorios recuperados no queden en manos de fuerzas distintas a las del Estado. Por eso se ha insistido en que la Fuerza Pública no se va a reducir en el posconflicto, sino que necesariamente tiene que crecer para hacer lo que no se ha hecho en más de dos siglos, que es tomar control de todo el territorio sin delegar esa función a élites regionales o a ejércitos privados. En ese escenario juegan un papel predominante la justicia y la Policía, más que el Ejército. Por ese motivo debería estar en curso una reorganización de la Policía: redefinir su misión y su responsabilidad de velar por la seguridad total, robustecer su mando y purgarla a todo nivel para separar las manzanas malas de las buenas, esta vez dejando adentro a estas últimas. Una policía rebobinada y empoderada puede asumir adicionalmente la tarea de incorporar cuadros medios y rasos de la guerrilla y entrenarlos para que sean parte de un cuerpo de élite que, de la mano de un poder judicial igualmente transformado, asuma la difícil misión de tomar control de todas las regiones.
Para entender las dimensiones del problema vale la pena examinar lo que se hizo en Alemania en 1945, cuando se desnazificó la policía, y en 1990, cuando se fusionó la del este con la del oeste. En ambas situaciones se llevó a cabo un reentrenamiento de la fuerza que se absorbió, que incluía reeducación política, inducción a la doctrina democrática de la policía y al concepto de autonomía del oficial, con responsabilidad. Los dos últimos temas fueron particularmente difíciles por la transición de un Estado totalitario a uno democrático. En el caso colombiano, el reentrenamiento debe ir acompañado además de formación, dotación de competencias y reformulación de la responsabilidad del individuo, incluyendo el respeto por los civiles, su propiedad y sus derecho